Escucho ese golpe de tambor que es la aguja entrando en el lienzo, respiro, cierro los ojos y te veo.
Los abro, ahí está la tela. Te pregunté qué color te gustaba, para el ejercicio que te propuse, y dijiste verde. Los verdes empiezan entonces a abrazar mi aguja y me hago la nota mental de siempre preguntarles a mis pacientes cuál es su color favorito.
El punto cordón me sostiene rítmicamente, soporta mi inquietud. Te estás yendo, antes de lo previsto, y no sé si alcanzó ese espacio que tuvimos.
Fui a verte al alba pero estabas intubado, volví a mi tela y te invoqué en ella.
Vi tus islas, sentí tu huida y los gritos de los que no pudiste rescatar. Te invité a soltarlos. Seguí con el festón en verde claro; el pecho me dolía, tu miedo me angustiaba.
Pensé en dejar de bordar, pero la curva de las alas no me dejó bajarme.
Llegué al cuerpo, le di un naranja y un lila. Cuántas veces estuviste cerca de ella y sin embargo sólo ahora tenías miedo. Me hablaste del barco, del mar, de tu vértigo. Ambos nos quedamos en ese estado, en esa tormenta de pasado, enfermedad y amor. El violeta me acompasó, me fue llevando con la puntada margarita a mí misma, a lo que sí dije, lo que sí fui.
Busqué entonces lo que iba a recordarte al oído y te lo bordé en esa mariposa, parecida a tus islas. Los hilos me dejaron recordarle el sostén que sintió, el viento de la caída, el placer de desenlazar.
Suave, las hebras me iban proponiendo soplarlo y volver al entrar y salir acompasado de la aguja, a no volarme. Ya no hay inquietud.
Va este bordado para tu nueva aventura, mi querido ex-combatiente. Tu dolor es mi dolor, tu vuelo mi vuelo. Estarás en mi altar por siempre.
Guadalupe Colombo Paz