Al llegar al domicilio de Jorge, me reciben en la puerta su esposa y su hijo, quienes me acompañan al dormitorio que da al frente de la casa.
Las cortinas están abiertas de par en par, el televisor está prendido, no muy fuerte, pero se escucha el programa de la mañana. Él está acostado en la cama matrimonial, dormido, tranquilo, al igual que los dÃas anteriores.
Le habÃamos colocado un infusor elastomérico, que es un dispositivo inalámbrico y plástico en el que se coloca una medicación que pasa automáticamente por vÃa subcutánea (en el tejido graso) y que no es invasivo pero debe recargarse cada siete dÃas o menos. Este es uno de mis cometidos del dÃa: recargarlo para que no le falte medicación y los sÃntomas continúen controlados.Â
Estoy preparando la medicación en la cómoda del dormitorio cuando Jorge se despierta y busca a su familia con la mirada. Su hijo se acerca y le acaricia el pelo.
—Papá, estamos acá, contigo. ¿Querés un poquito de agua?
—Bueno…Â
Le acerca el vaso y lo inclina hacia adelante. Jorge bebe un pequeño sorbo y, con gestos de cansancio, se recuesta nuevamente sobre la almohada. Su esposa acompaña a los pies de la cama, y yo permanezco atento a la situación en la habitación.
Jorge cierra los ojos unos segundos, pero los abre nuevamente. Mira a su hijo, que permanecÃa a su lado, y le pregunta:
—¿Me puedo ir?
—No, no, te quedás conmigo. Tenemos muchas cosas para hacer todavÃa.
—Bueno…
Cierra los ojos y se vuelve a dormir.Â
Recargo el infusor sin que se despierte. Les pido cerrar un poco las cortinas y bajar el volumen de la tele aún más, asà el cuarto queda menos iluminado y en silencio para que Jorge pueda descansar mejor. Tomo mi maletÃn y les pido que me acompañen a la entrada de la casa.
Del lado de afuera de la puerta, con los brazos recostados en una baranda, madre e hijo se abrazan, y yo acompaño a su lado.
Se venÃa una de esas conversaciones que como profesionales no son fáciles de abordar, pero que son tan necesarias. TenÃan más que claro el diagnóstico, la evolución y el pronóstico de la enfermedad. Eso ya lo habÃamos trabajado con el equipo de cuidados paliativos, pero aún quedaba algo importante.
—Quiero felicitarlos por el cuidado que le están brindando a Jorge. Realmente, es excelente. Le están prestando mucha atención a cada detalle y no le falta nada. De verdad, lo están acompañando muy bien. Ustedes saben que su partida es inminente, ¿cierto?
Comienzan a brotar algunas lágrimas de sus ojos.
—SÃ, lo hemos hablado y además lo vemos, nos damos cuenta de que no falta mucho.
—Él les está pidiendo permiso para irse, necesita su autorización. Necesita que, al igual que como lo vienen acompañando hasta ahora, lo acompañen en su partida. Necesita el “SÃ, papá. SÃ, amor. Andá tranquilo, que estamos acáâ€.
A casi nadie le gustan las despedidas. Muchas veces, las terminales de ómnibus, los puertos y los aeropuertos son lugares que recogen varias lágrimas de quienes, en puntas de pie, se quedan levantando la mano muy alto, intentando saludar hasta el último instante. Pero aquà es distinto, muy distinto, tenemos el privilegio de ver partir a quienes amamos, pero sosteniéndoles la mano por el resto de su vida.
No es tarea fácil, y no deja de ser doloroso, pero debemos aprender a acompañar en todos los momentos de la vida. Al igual que el nacimiento, este es uno de los más significativos y es un honor estar ahÃ.
En esos momentos, las personas tienen miedo de estar solas, tienen miedo de que no haya nadie despidiéndolas, saludándolas. Si esto pasa, es realmente muy angustiante y genera dolor y sÃntomas que son difÃciles de controlar. Hacen todo el esfuerzo posible porque, en soledad, sin nuestro consentimiento, no se quieren ir.
A la mañana siguiente, suena el teléfono de la Unidad. Jorge se habÃa ido con la tranquilidad de que no tenÃa cosas pendientes para resolver y con el permiso de su familia, que lo habÃa comprendido.
Me quedé muy tranquilo, porque con el equipo habÃamos hecho lo correcto. No lo vi, pero sé que la paz que refleja un rostro cuando está plenamente acompañado consuela y reconforta el alma.Â
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BIOÂ Fredy Ojeda
Desde niño, a Fredy le gustaba ayudar y acompañar a las personas que lo rodeaban. Creció con ese espÃritu y, por eso, estudió la Licenciatura en EnfermerÃa en la Universidad de la República Oriental del Uruguay. Cuando tenÃa veintiséis años, conoció los Cuidados Paliativos y quedó encantado con la atención integral de pacientes y sus familias por parte de un equipo interdisciplinario. Se especializó en Cuidados Paliativos en la Universidad de la República y puso en práctica su trabajo en la Unidad de Cuidados Paliativos de la Mutualista Universal. Su anhelo es difundir las vivencias y los cuidados que reciben pacientes y familias para que más profesionales conozcan la especialidad. Por eso, escribió el libro Un gusto conocerte y desarrolló las plataformas digitales de «Info Cuidados Paliativos Uruguay«. Ha encontrado su lugar y le gusta compartirlo.
Qué Bendición!!!Amado fredy. Te conocà en la Blanqueada,antes de casarte con tu hermosa hoy esposa. Los dos unas bellas personas!!!. Les tomé mucho cariño. Y no se cómo expresarte mi felicidad, Orgullo, y Agradecimiento!!! Desde tu Profesión y tú Calidez Humana.
GRACIAS Y GRACIAS…DIOS TE SIGA BENDICIENDO Y A TU FAMILIA.ABRAZOTE!!!.
Impecable hacerselo conocer a su familia