por Mercedes Mendez*
El siguiente es el relato de la asistencia de “Jâ€, un adolescente de nacionalidad paraguaya que fue traÃdo al Hospital en busca de una cura para su patologÃa pulmonar, una fibrosis severa de origen desconocido y sin posibilidad de tratamiento curativo alguno.
A poco de atenderlo comprobé que era un chico tremendamente dulce, algo tÃmido e introvertido, al que le costaban las palabras y que, en varias oportunidades, trataba de convencernos de que “está todo bienâ€â€¦â€todo bien siâ€â€¦, aunque su esfuerzo respiratorio nos decÃa a simple vista lo contrario.
Supe, mientras me presentaba y nos conocÃamos, que su ciudad se llamaba Itapúa, que era de River y de Olimpia.
Le explico entonces de qué se trataban las Terapias no Farmacológicas con las cuales creÃa que podÃa ayudar a aliviar su disnea y acepta, aunque –creo- no muy convencido ya que “estaba todo bienâ€, como decÃa siempre.
A los pocos minutos de comenzar la sesión, “J†se habÃa quedado dormido –evidentemente relajado- y se podÃa comprobar con el monitor –estaba en la Unidad de Cuidados Intermedios-  que la saturación de oxÃgeno habÃa aumentado y su frecuencia cardÃaca habÃa disminuido, como también su frecuencia respiratoria.
Unos dÃas más tarde, en la sala, acompaño a uno de los médicos que lo estaba siguiendo: preguntas habituales sobre sÃntomas, disnea, dolor, constipación. â€Todo bienâ€â€¦â€todo bienâ€â€¦ era la respuesta que “J†disparaba, casi de manera inmediata.
Mientras, ya habÃan informado a Marta, su mamá, que el trasplante pulmonar que –creÃa- le traerÃa la curación a su hijo, no era posible de realizar razón por la cual la última esperanza se desvanecÃa. Imaginé ahà un difÃcil abordaje a las necesidades de “J†cuando las cosas empeoraran aún más.
Y los dÃas fueron pasando, entre cuidados y terapias varias, mientras “J†era el mimado y consentido de la sala, tanto de médicos como enfermeros.
Llegó un lunes y “J†no habÃa pasado un buen fin de semana. La mamá nos pidió hablar afuera de la habitación. El médico del servicio habÃa estado esa mañana con ellos y su rostro transmitÃa angustia, mucha angustia y tristeza.
“Las cosas no están bien, yo no lo veo nada bienâ€, nos dice.
Hablamos acerca de la morfina, sobre finales que no se aceleran, sobre la imposibilidad del trasplante y nos contó que el dÃa anterior “J†le habÃa dicho a su tÃa que lo visitó, y en presencia de ella, que “si no hay nada para hacerle, él no se quiere morir acá, que quiere irse a morir a Paraguayâ€â€¦
Ya “J†habÃa comenzado a dar “señales†concretas de que “no estaba todo bienâ€, más precisamente de que “las cosas estaban muy mal†y evidentemente querÃa que lo empiecen a saber.
La semana transcurrió y entre otros cuidados se le sugiere a “J†la necesidad de dejar cuidarse y no estar tan pendiente de todo, tan alerta como hasta ahora. Acepta además sesiones de TNF, que reconoce le hacen bien, lo relajan y alivian.
En una nueva charla, la madre dice temer que lo puedan volver a llevar a la UCI (Unidad de Cuidados Intermedios). Aunque habÃa sido un tema ya abordado, evidentemente no estaba claro aún para ella. La explicación entonces fue acerca de las necesidades de “J†en ese momento y que no habÃa nada que se le pudiera ofrecer en la terapia -de lo que él estaba necesitando- que no se le estuviera ofreciendo en la sala. Por el contrario, en la sala podÃa tener la compañÃa constante de sus padres, que en la terapia no se le podÃa garantizar.
Dijo entonces que eso era lo que ella querÃa que le asegurasen, que no lo pasen a terapia, y poder quedarse allà en la habitación donde se encontraban solos, más tranquilos y con la posibilidad de acompañarlo todo el tiempo.
Luego, nos cuenta a Gabi -mi compañera- y a mÃ, mientras esperábamos al médico del servicio que “J†habló un montón, y que habÃa dicho muchas cosas. Que habló con Dios, lloró y estaba en paz. Le pidió a su madre que no llore y le dejó expresas indicaciones que “le mezquinen la PC que dejó en Paraguay, que no se la den a nadieâ€, cosa que su madre prometió hacer.
Ya casi al final de la charla se sumó el médico del servicio, le adelantamos lo hablado con la mamá y le consultamos si es posible que él –si “J†aceptaba por supuesto- le ofreciera una bendición, teniendo en cuenta que los tiempos probablemente no sean largos y temiendo que la visita del sacerdote del Hospital, no llegara a tiempo. El médico acepta la propuesta de bendecirlo si “J†asà lo deseaba.
Privilegios
Leà varias veces en la bibliografÃa acerca de la atención a pacientes terminales. Leà que estar cerca asistiéndolos es un privilegio que pocas personas tenemos. Me considero muy afortunada de poder dar fe de eso.
Puedo asegurar, sin lugar a equivocarme, que esos momentos pueden ser –si uno los sabe encontrar, apreciar y no permite que se escabullan como arena entre los dedos- de una riqueza indescriptible y que uno indefectiblemente sale de ellos, un poquito más sabia que antes. Y no hablo de sabidurÃa académica, sino de una sabidurÃa que no se puede adquirir, por más alto claustro que contratemos para tal fin.
Soy consciente de la importancia de las necesidades espirituales y/o religiosas. Jamás escatimo –aunque soy atea- a ofrecer asistencia religiosa a los pacientes o a sus familiares si asà lo desean, considero que la misma puede acercar alivios, que de otra manera serÃa imposible conseguir.
Por lo tanto, luego de hablar con la mamá y sin mediar tiempo alguno, decidimos ofrecerle a “J†la posibilidad de una bendición impartida por el médico de nuestro equipo. “J†aceptó sin dudarlo.
Sin demostrar apuros, aunque de manera inmediata, invitamos a su enfermera de la sala a participar; y de manera casi Ãntima se llevó a cabo una sencilla pero muy, muy emotiva ceremonia.
“J†quizás por vez primera aceptaba propuestas del equipo que lo asistÃa, sin incomodarse ni intentar disimular su delicado estado de salud. Incluso en una situación que hablaba de la gravedad por sà sola, con una madre conmovida, llorando a los pies de la cama, tomada de los pies de su hijo y siguiendo uno a uno los pasos que minuciosamente el médico venido momentáneamente en improvisado sacerdote, iba casi susurrando al lado de la cama de “Jâ€.
Tal vez pocos puedan imaginar el grado de intimidad y emotividad que se habÃa producido allà adentro, en una situación que se habÃa logrado en pocos minutos, casi de la nada y de manera improvisada. Casi imposible poder describirlo en toda su magnitud.
Sin duda alguna, asistir a pacientes próximos a morir en más de una oportunidad nos puede provocar sin sabores casi inevitables.
Por suerte, como contracara nos nutre de profundas vivencias y situaciones esenciales de las que no salimos iguales luego de atravesarlas, que resultan difÃciles de olvidar, y que nos acompañarán el resto de nuestras vidas con sólo invocarlas.
Además de lograr ciertos alivios, poder disfrutar estos privilegios, eso es sencillamente…. maravilloso.
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*Enfermera del Equipo de Cuidados Paliativos Pediátricos
 Hospital de PediatrÃa «Dr. Juan P. Garrahan»
Imagen | Javier Méndez (Acuarela)