Estábamos cenando cuando sonó el teléfono. Atendió mi mamá. Era mi abuela para contarle que su primo se había disparado accidentalmente en la cabeza y que lo estaban llevando al hospital. Yo tendría no más de 8 o 9 años en ese momento. Recuerdo a mi vieja poniéndose rápido un abrigo y contándole todo a mi papá a las apuradas. “Quedate vos con los chicos esta noche, que yo duermo allá en lo de mi mamá”, le dijo, se pidió un remis y se fue. Unos días más tarde, fuimos a visitarlo al hospital. No tengo una memoria certera de aquel momento, pero hay un hecho que siempre se me presentó como extraño. Los “adultos” se turnaban para pasar a la zona de terapia intensiva. Los “chicos”, mi primo, mi prima, mi hermano, mi hermana y yo, esperábamos. No podíamos verlo. No podíamos estar cerca de él. Ni siquiera podíamos ingresar a ese lugar que se nos presentaba como prohibido. Si no hubiese sobrevivido (que por suerte lo hizo), no habría podido volver a conversar con esa persona.
Dos décadas más tarde, después de un largo recorrido en la investigación del cuidado en el final de la vida, decido comenzar un proyecto cuyo objetivo fundamental es habilitar un espacio para que la gente pueda hablar sobre la muerte, en todos sus aspectos. Esto fue lo que llevó a que se concrete @hablemosdemorir. En uno de los posteos que suelo hacer, comenté algunos puntos acerca de la importancia de decir adiós a quienes se encuentran cerca del final de la vida (más ahora con las cuestiones relativas a esta época de pandemia). Como pregunta final, invitaba a la gente a contar alguna anécdota sobre alguien a quien no hubieran podido despedir. Así fue como me di cuenta, veinte años después, que mi experiencia no había sido casual: varias personas narraron situaciones en las cuales, por ser niñxs, sus familias o el personal de algún hospital no les habían permitido ver a sus familiares que atravesaban una enfermedad, aun cuando se encontraban, con certeza, cerca de morir.
Hoy, como antropólogo, me pregunto: ¿qué hay detrás de esa necesidad que tenemos de alejar a las infancias de la muerte? Efectivamente, la muerte se nos presenta hoy como un tabú. Esto se vuelve patente en ese carácter cuasi contagioso que le asignamos. Estar cerca de ella, mencionarla siquiera, es volvernos conscientes de que somos tan mortales como esas otras personas que vemos morir día a día (y esto nos pesa, nos duele y nos angustia). El lugar que le hemos dado a la muerte en nuestra sociedad nos ha llevado a tener una actitud de rechazo hacia ella, como si fuese algo de lo que deberíamos protegernos y proteger a quienes queremos y cuidamos. Pero debemos recordar, siempre, que esta forma de aproximarse al fenómeno de morir es una construcción propia de nuestra tradición cultural y que existen otros grupos humanos que se vinculan de manera muy distinta con la muerte. No es natural temerle a morir.
Cuando alejamos a los niños y las niñas de la muerte de quienes están a su alrededor, generalmente lo hacemos con una intención de cuidado, de protección. Nos justificamos pensando que les falta preparación para vivir ese tipo de experiencias o que no tienen la capacidad para comprender qué sucede. Sin embargo, estos son pensamientos que parten de una idea “adultocéntrica” del mundo y no incorporan efectivamente las maneras que tienen niños y niñas de entender su día a día. Cuando alejamos a las infancias de la muerte no estamos sólo intentando protegerlas de algo que consideramos peligroso. Estamos intentando protegernos a nosotros mismos. ¿De qué? Del hecho de que los adultos tampoco tenemos las herramientas para lidiar con ese tipo de experiencias. Nos protegemos de sus preguntas, del hecho de que vamos a tener que decirles que “no sabemos” cómo funcionan gran parte de las cuestiones relativas al morir. Cuando alejamos a las infancias de la muerte, estamos proyectando sobre ellas los sentidos que socialmente le hemos asignado al morir. Las estamos socializando de una manera en la cual les hacemos entender que de eso no se habla, que es algo oculto a lo cual deberían tenerle miedo. Estamos reproduciendo en ellas ese mismo tabú que nos inculcaron de pequeñxs.
Lo cierto es que los niños y las niñas, queramos o no, se vinculan constantemente con el morir. Juegan con la idea. En los mundos ficticios a los que acceden a partir de su imaginación, la muerte suele estar muy presente. Crean personajes que mueren, juegan a matarse (figurativamente) entre sí, incluso gran parte del contenido de entretenimiento dirigido a ellos y ellas se encuentra mediado por consignas que incluyen matar o evitar morir como forma de ganar. Pero lo cierto es que cuando comienzan a tomar consciencia del hecho de que las personas a su alrededor morirán, así como ellos y ellas también lo harán, la forma que generalmente encuentran de lidiar con eso es a partir de esa curiosidad que les caracteriza. Preguntan. Nos preguntan a “los grandes”, figuras de autoridad en su proceso de socialización. Nos hacen esas preguntas para las cuales no tenemos una respuesta, porque nos dedicamos gran parte de nuestra vida, como sociedad, a ignorar el hecho de que vamos a morir.
Alejarlos y alejarlas de la muerte sólo les profundiza el miedo que la muerte nos genera como sociedad. Por eso es fundamental pensar una pedagogía para la muerte, una forma de educar (y educarnos) que incorpore el morir como lo que es: un fenómeno que nos constituye como seres vivos y que forma parte de nuestra cotidianeidad. Si seguimos evitando hablar de la muerte, seguiremos reproduciendo una y otra vez los mismos sentidos negativos que socialmente le hemos asignado. Cuando un niño o una niña nos pregunta sobre el morir y lo evadimos, o evitamos hablar de estos temas frente a él o ella, le estamos haciendo saber que allí hay algo que horroriza hasta a esa persona adulta en la cual se va a convertir algún día.
Si te interesa profundizar en esta temática, podés ver la charla TEDx de Alejandro Nespral que se titula “Hablemos de la muerte con lxs niñxs”.
BIO Darío Iván Radosta
Estudió Antropología en la Escuela Interdisciplinar de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y bioética en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Intrigado por las ideas en torno a la muerte y al morir, se dedicó a investigar acerca del cuidado en el final de la vida dentro del movimiento hospice.
Actualmente forma parte de la Red de Cuidados, Derechos y Decisiones en el Final de la Vida de CONICET y es docente de la UNSAM y la Universidad Favaloro.