Por Guadalupe Colombo Paz

Manejo por las calles desiertas de mi ciudad, con su inaugurada cuarentena. Estreno esta sensación de irrealidad. Pese a tener mi credencial de personal de salud, no puedo evitar sentir que estoy haciendo algo prohibido: salir.

Salgo para verla a ella, que está esperándome en el sanatorio, en su habitación, como vengo haciendo todos estos días, estos, sus últimos días. Patricia tiene un cáncer avanzado. Hace semanas que no se alimenta de otra manera que no sea con mangueras o tubos. Está delgada pero brillante, con su físico débil y su alma fuerte. Verla es un placer. Hoy no será la excepción.

Entro a la habitación con miedo; temo llevarle el mal en forma de virus. Ni bien la veo, lo que queda de su sonrisa me hace olvidar de cualquier preocupación. Este Covid-19 y sus desafíos.

Estar con ella es descubrir que parte de mi identidad laboral sigue intacta. O eso creo. Me saco la campera al llegar. Es abril y el frío comienza a mostrarse. El gel en mis manos se va secando mientras, casi sin darme cuenta, empiezo a hablarle.  

Entro a la habitación con miedo; temo llevarle el mal en forma de virus. Ni bien la veo, lo que queda de su sonrisa me hace olvidar de cualquier preocupación. Este Covid-19 y sus desafíos.

No sé por qué, como si la frase se me cayera de los labios, como si mi propia sombra me impidiera ver que no es el lugar para hacer este comentario. Como sea, pronuncio estas palabras, que forman la siguiente frase:

­­–Allá afuera todos están con miedo.

Amplía su sonrisa.

–¿Miedo de qué? –me pregunta.

Me congelo. Acabo de hacer una intervención totalmente fuera de mis planes. En vez de hablar del clima o hacer alguna alusión a lo cálido de su habitación, algo, cualquier cosa que tuviera que ver con ella, ¡no!… Me transformo en una terapeuta que, empapada de su realidad, inicia la conversación con un pensamiento íntimo.

Me martirizo pensando en lo que me va a decir mi supervisor cuando le cuente. Pienso en irme y no volver más. Al fin, decido quedarme, pero en silencio.

Evidentemente, mi práctica está cambiando, algo me está haciendo perder el control. Algo empieza a ponerme en un lugar afectado. No por un cáncer, pero sí por una pandemia que me vuelve vulnerable, no sólo ante mis propios planes sino también ante mi modo de ejercer mi profesión. 

¿Estoy siendo la misma psicóloga paliativista de siempre? ¿Será que este virus no sólo es un riesgo para el cuerpo físico sino también para la forma de ejercer la psicoterapia?

El silencio sigue y yo sé que ella –con su bondad– podría salvarme, pero soy valiente y termino lo que empecé, como lanzándome con vértigo del acantilado.

–Afuera todos tienen miedo de morirse –digo en voz baja.

Durante unos segundos, Patricia cierra sus ojos. Me siento la peor terapeuta del planeta. Ahora los abre.

–Miedo de morirse, ahora todos tienen miedo de morirse –le susurro.

Se hace un silencio largo, incómodo. Al fin, lanza una carcajada. Estoy desorientada pero más calmada.

–¡No es tan grave morirse! –dice, y vuelve a reírse con ganas.

A partir de acá tenemos una larga charla, franca, honesta, sobre morir. Sobre morir con o sin pandemia, sobre morir con o sin tiempo. La espiritualidad en su sentido más paliativo flota en la atmósfera.

Patricia murió al día siguiente de este encuentro.

Hoy, a sesenta y cuatro días de aquella charla, habiendo pasado todo este tiempo en aislamiento social obligatorio, viviendo en una comunidad afectada por el virus, ya sintiendo que esta es la realidad, vuelvo a pensar en esa escena, en mis dudas, en mi desborde, en todo lo que se abrió a partir de ahí y su última frase, que vuelve una y otra vez de manera contundente.

Tengo la sospecha de que algo ahí se quebró en mí. Algo de la continuidad en mi forma de abordar la práctica mordió la banquina. Esa idea de saber más o menos cómo puede llegar a ser acompañar a alguien que se va a morir, ese camino que con sus variables me dejaba siempre en un lugar parecido, se rompió ese día. En ese encuentro tenía la marca en la cara de la piña que nos dio el coronavirus, todavía estaba en shock. Cuando uno habla desde el trauma dice cosas que mucho tiempo después quizás comprende. Yo no sé si ya salí del trauma de todo este cambio de época. Diría que no, pero estos más de dos meses me dieron algo: foco.

Si hay algo que estamos viendo es todo lo que sobra, todo lo que teníamos o hacíamos y no era esencial.

Este ahorro energético permite que cada uno vea lo que de verdad queda cuando nos pasamos enteras por el colador. En mí está quedando más silencio, más presente y una cercanía a la muerte distinta. Ya no me siento tan saludable cuando entro a las habitaciones. Mi mirada hacia el futuro está modificada, este “proyectos a corto plazo” se me está haciendo carne sin tener cáncer.

La flexibilidad se puso primera en mi escala de valores y la vulnerabilidad empapa mi mirada. Entendí que desde ahí es desde donde voy a trabajar.

¿Por qué me sigue volviendo el viento de la frase de Patricia? Creo que por varias cosas. Quizás porque el miedo a mi propia muerte se agudizó, quizás porque me mostró que el problema no es morirse sino todo lo que rodea a esa acción fugaz, quizás porque en esta época de miedos el sentido de la vida se vuelve frágil y una certeza cotiza alto, quizás porque fue la última persona que acompañé en la vida antes de la pandemia.

Seguramente es por todo eso y por una cosa más que no pude evitar sentir y que fue lo que más me desestabilizó al mismo tiempo que me calmaba:

En esas, sus últimas horas, ella supo cómo cuidarme.

Guada

Guada

Autora

Guadalupe Colombo Paz siempre sintió un lazo entre el arte y la terapia fue así que se convirtió en actriz y psicóloga. El trabajo con niñxs con cáncer la llevo a especializarse en psicooncologia y cuidados paliativos. Pudo entrelazar todos estos mundos en la creación de una fundación como Fundación IPA. La apasiona su tarea de crea-cuidadora. Cree fervientemente en el buen vivir y buen morir y trabaja para que así sea.

Meli

Meli

Editora

Melisa Wortman fantaseó con ser médica pero decidió que se dedicaría a la salud por otros medios: la palabra y la sonrisa, así que se hizo payasa de hospital y editora de libros que abordan la salud desde un concepto ampliado, de bienestar bio-psico-social. Estar-bien en el mundo. Bien vivir y bien morir.

Es feliz de ser parte agitadora y creadora de los equipos de Ginecosofía, Muchas Nueces, ABRE Cultura y Fundación IPA.