El sábado 13 de noviembre se llevó a cabo la Jornada “Enfermedad, muerte y duelo en la escuela: Hacia una pedagogía de la muerte”, organizada por el proyecto Duelo en Escuelas de Fundación Ideas Paliativas en Acción (IPA). Fue un encuentro destinado a charlar sobre cuestiones asociadas a la muerte y, en particular, a la posibilidad de volverla un tema de carácter pedagógico, con el objetivo de que forme parte de la currícula escolar

El día estuvo atravesado por exposiciones que se dieron en un contexto de participación dinámico, lo que permitió que se presentaran preguntas, inquietudes y preocupaciones por parte del público presente. En este sentido, hubo algo que se presentó con claridad: hablar pública y masivamente sobre la muerte, dado el lugar que ocupa en nuestra cultura, aparece como una idea que interrumpe la cotidianeidad, ya que es algo que no estamos acostumbrados a hacer. 

Quisiera aprovechar este espacio para reflexionar acerca de qué nos provoca este hablar públicamente sobre la muerte, para pensar justamente si cabe replantearnos el lugar que ocupa en nuestra sociedad, los sentidos a los cuales se encuentra vinculada, y si estas reflexiones pueden ayudarnos a construir la muerte como un concepto pedagógico, plausible de ser enseñado dentro de las aulas.

En principio, hubo una tensión que se hizo presente, y un poco constante, frente a la necesidad de publicitar unas jornadas dedicadas a hablar sobre la muerte. Me refiero a la asociación, bastante común, que suele hacerse entre la muerte y el ámbito de lo privado. El razonamiento sería el siguiente: la muerte es un evento subjetivo, íntimo, que pertenece a lo doméstico (privado, justamente), mientras que la escuela sería un lugar de enseñanza laico y público. Eso lleva a pensar como incompatible el formar sobre la muerte dentro de las instituciones educativas, ya que este rol debería ser ocupado por la familia o por referentes religiosos. Si a algo nos invita la Antropología, disciplina a la que me dedico, es a desarmar los presupuestos de sentido común a partir de los cuales actuamos en el mundo. Pensemos: ¿es la muerte algo que pertenece al ámbito de lo privado? 

Para poder responder esta pregunta, quisiera ahondar incluso más: ¿qué separa lo público de lo privado? Lo cierto es que esta es una división que tiene un desarrollo histórico específico perteneciente a nuestra cultura y, como tal, puede ser desarticulada. Se supone que uno debería aprender ciertas cosas en el seno de su familia, más asociadas a los valores, y otras en el ámbito escolar, más asociadas a la formación profesional. Pero la división entre ambos espacios no sólo es ficticia, sino que es imposible de trazar. Todo lugar de socialización y toda interacción humana forman parte de nuestra socialización primaria y, de esa manera, se integran en ideas a partir de las cuales vamos a organizar nuestro mundo, un mundo que es constantemente compartido con otros seres finitos (sean o no humanos). Necesitamos abandonar la dicotomía público-privado y pensar justamente cuáles pueden ser las relaciones más potentes entre la familia y la escuela como ámbitos de formación.

Pero supongamos igualmente que esta división existe y es rígida. ¿Eso implica que la muerte no puede salir jamás de lo doméstico y que tiene que ser abordada exclusivamente por la familia? ¿Por qué? Si nos paramos a reflexionar un poco, creo que podemos acordar en que pocos eventos son tan públicos para los seres humanos como la muerte. Por varios motivos: el más importante, quizá, es que es una de las pocas cosas que nos atraviesa y conecta con absolutamente toda la humanidad (y, si quisiéramos ir más lejos, con toda la vida). En segundo lugar, porque es un evento que se encuentra asociado con diversos rituales, dirigidos justamente a anunciar públicamente que la muerte ha sucedido, que se conocen comúnmente como rituales funerarios. Y finalmente, porque estamos todo el tiempo embebidos en ella. Nos rodea, nos moviliza (pues la consciencia de la finitud es lo que nos hace levantarnos cada día). A donde quiera que miremos, vamos a encontrarla, aun cuando sostengamos este ocultamiento al cual la hemos recluido.

Si podemos coincidir en el hecho de que la muerte es efectivamente un evento de carácter público (y que somos las personas las que tendemos a “privatizarlo”, con todo lo que ello ha implicado para nuestra sociedad), cabe preguntarse: ¿debe, puede, ser abordada en el ámbito escolar? ¿Es la muerte un “tema”, en el sentido pedagógico de la palabra? Estoy convencido de que sí. Y quienes vienen desarrollando por diferentes vías lo que se ha llamado “Pedagogía de la muerte” afirman que este sería un gran avance en el objetivo de quitar la muerte de las tinieblas en las cuales la hemos metido. Hablar públicamente sobre la muerte, enseñarla, aun cuando no necesariamente ocurra (o sea, incluso cuando no haya nadie recientemente en duelo en el ámbito donde se la esté trabajando) es un paso fundamental hacia su incorporación en esa lista de temas esenciales para los cuales queremos que las infancias y juventudes tengan herramientas, para que puedan atravesar esos dolores inevitables con menos sufrimiento y silencio.  Hablar sobre la muerte en espacios públicos y comunitarios es un paso fundamental en la búsqueda, que ya se nos presenta como necesaria, de volver a vivir en una sociedad que acepte las características intrínsecas de nuestra condición finita.

 

BIO Darío Iván Radosta

Estudió Antropología en la Escuela Interdisciplinar de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y bioética en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Intrigado por las ideas en torno a la muerte y al morir, se dedicó a investigar acerca del cuidado en el final de la vida dentro del movimiento hospice.

Actualmente forma parte de la Red de Cuidados, Derechos y Decisiones en el Final de la Vida de CONICET y es docente de la UNSAM y la Universidad Favaloro.