La muerte se siente distinta. Se ha vuelto familiar. Se han resignado a tenerla entre ellxs, a que sea parte de su entorno y de sus conversaciones. Ella y su marido se esfuerzan por entenderla como parte de su bebé y por integrarla a sus días. Sus otrxs hijxs, en cambio, lo hacen intuitivamente. Llenan a la muerte de preguntas y también de opciones, igual que a la vida. La incorporan en sus juegos y especulaciones menguando distancias entre su universo y el de su pequeño hermano. Ven en ella el halo casi mágico de aquello que se resiste a ser explicado del todo. La exploran con una prodigiosa diversidad emocional.

Ella intuye en esta forma de entender la ausencia y de relacionarse con ella la posibilidad de un nuevo tipo de bienestar familiar, aunque esa estética de la muerte la incomode. Permitirse experimentar otros sentires la tensiona. Como si fuese irreverente atravesar la muerte por el humor y el absurdo de los juegos. Como si aprender nuevamente a reír y a disfrutar implicara que la ausencia pudiese doler menos. La invade una molesta sensación de culpa que sólo y de a poco se rinde ante su persistente intento de hacer del duelo una oportunidad de aprendizaje y no una condena.

Nada hacía prever entonces lo que estaba por suceder. Su mundo estallaría una vez más.

Un llamado de lxs médicxs les informa que han llegado los resultados de los estudios que le hicieron a su bebé y que necesitan hablar con ellxs con urgencia. Les preguntan dónde quieren reunirse y, sin brindarles más información, pautan un encuentro para el día siguiente. Ella y su marido quedan desorientados. ¿Qué podría ser urgente luego de una muerte? 

Ella está perturbada. Ese llamado la retrotrae intempestivamente al momento del desgarro. Reexamina cada instante de ese entonces intentando esclarecer cuáles serían los estudios a los que se estarían refiriendo. Súbitamente se siente habitada por un disgusto desproporcionado. Ya recuerda: les habían mencionado que extraerían una muestra para las pesquisas neonatales. Ella conoce la relevancia de estos análisis para la detección temprana de algunas condiciones médicas. Había entendido que se trataba de una formalidad, pues su bebé ya había muerto.

El encuentro comienza incómodo. A los minutos, se torna insoportable. Las palabras que escucha parecen navajas. Cortan el aire. Atraviesan su cuerpo. Laceran su duelo. Le lleva unos instantes entenderlas y otros tantos convencerse de que se las han dicho. Esas pesquisas sugieren una rarísima alteración genética asociada al sexo. No sólo cambian la muerte de su bebé. También amenazan el futuro de su otro hijo. Les explican esta condición y los motivos por los cuales la entienden ahora como causa del abrupto deterioro del bebé. Les señalan que este diagnóstico debe ser confirmado a través de ellxs, dado que no se preservaron muestras biológicas de su hijo. Les sugieren darse un tiempo para el duelo y viajar luego a un centro especializado para constatar el cuadro y obtener asesoría para su otro hijo.

A ella le cuesta seguir escuchando. Siente cómo cruje y colapsa sobre sí misma. Una furia voraz la incendia. Su marido tiene la mirada perdida, como si hubiera huido de ese lugar. En el ambiente se respira el silencio tenso en el que se meditan las palabras apropiadas. Su marido suspira profundo antes de decirlas. Ella sabe lo que dirá: “Nada de lo que acabamos de escuchar tiene sentido”. En sus familias no hay huellas de esa enfermedad. Tampoco en su hijo mayor. Ninguno de todos los síntomas que les han descrito tiene espacio en él. 

Lo único que se ha vuelto cruelmente evidente es que la muerte de su bebé aguarda una verdadera explicación.  

BIO  Ailin Reising

Además de licenciada en Sociología, doctora en Filosofía y docente universitaria, Ailin Reising es una mamá a la que las vueltas de la vida acercaron a la reflexión sobre la muerte y las emociones.

A cuatro años de la llegada y la pronta partida de uno de sus hijxs, toma coraje y pone en palabras su dolor y sus procesos. Porque la palabra es el mínimo código común en que podemos compartir situaciones siempre tan únicas, pero también tan eco de dolores de otrxs. Al leer su duelo como una oportunidad de dialogar con esos otros dolores, deja de ser “su propio duelo” y toma una dimensión compartida que lo saca de ese lugar al que culturalmente este tipo de pérdidas está condenado: la esfera de lo íntimo, lo personal (a lo sumo, familiar), pero en silencio respecto del resto del mundo.

Contundente y tierna, como es ella, nos regala cada dos semanas sus “Escenas de duelo perinatal”.