El encuentro con lxs médicxs les deja el sabor amargo de la sospecha. Las dudas sobre la muerte de su bebé no duelen tanto como saberlas ahora y de ese modo. ¿Por qué no les dijeron entonces que no tenían certeza de lo que ocurría?
Imaginar respuestas a este interrogante libera una inquietud ácida que lxs corroe por dentro: todas instalan la ficción incómoda de los contrafácticos. Más de una vez se preguntan si tiene sentido hurgar en busca de la verdad y exponerse a los dolores inmensos que dejan entrever esas especulaciones. Pero las vacilaciones finalmente se esfuman: convivir con la duda es tan insoportable como aceptar dejar librada a la indeterminación la muerte de su hijo.
Ir tras una explicación se convierte en un periplo surrealista. Su bebé recorre sus tierras y trasciende fronteras. Humanidades deseosas de resolver los claroscuros de su muerte llevan su historia a eminencias de distintas geografías. Ninguna ofrece hipótesis para lo ocurrido, sino preguntas que evidencian la disparidad de enfoques y protocolos que abrazan al nacimiento en entornos médicos. La historia clínica de su hijo bulle en interrogantes y destila las asperezas de la inequidad. Pero eso explica sólo parcialmente su destino.
Su abrupta incompatibilidad con la vida continúa esquivando al entendimiento. Dilucidarla sin poder analizar muestras biológicas limita el alcance de las miradas críticas. Pero eso cambia cuando el cuerpo de la madre libera sus secretos. Todavía preserva huellas de la gesta. Como si fuesen destellos, esos rastros iluminan el contorno biológico del hijo, se convierten en la llave explicativa de su muerte e, inesperadamente, en una advertencia para el bienestar de esa madre.
A través de esos rastros se revela una historia de acciones y omisiones médicas que no inician en este niño, sino mucho antes, cuando su madre se convirtió en madre. Un procedimiento en el primer parto, cuyas implicancias no son informadas, libra a la suerte la posibilidad de complicaciones en futuros nacimientos. El de este hijo reunió las condiciones para que ocurran, por eso enfermó horas después de abandonar el vientre. Pero ello no puso en riesgo su vida. Lo hizo la intervención médica que se desplegó en consecuencia. Signada por un error, y desprovista de los mecanismos de control que pudieron haberlo advertido, esa intervención sofocó su vitalidad.
La verdad hiere, impone al duelo dolores nuevos y lo impregna de sentires huracanados. Transforma la muerte que habían aceptado en un campo de batalla y lxs transforma a ellxs mismxs en un telar de tensiones. Nada cambia lo irreversible. Nada asegura, tampoco, que la realidad pudiera ser distinta. Tal vez la muerte y su bebé se habrían encontrado de todas formas. Pero esa posibilidad incontrastable atraviesa sus días. Desfigura lo que es en lo que pudo haber sido.
BIO Ailin Reising
Además de licenciada en Sociología, doctora en Filosofía y docente universitaria, Ailin Reising es una mamá a la que las vueltas de la vida acercaron a la reflexión sobre la muerte y las emociones.
A cuatro años de la llegada y la pronta partida de uno de sus hijxs, toma coraje y pone en palabras su dolor y sus procesos. Porque la palabra es el mínimo código común en que podemos compartir situaciones siempre tan únicas, pero también tan eco de dolores de otrxs. Al leer su duelo como una oportunidad de dialogar con esos otros dolores, deja de ser “su propio duelo” y toma una dimensión compartida que lo saca de ese lugar al que culturalmente este tipo de pérdidas está condenado: la esfera de lo íntimo, lo personal (a lo sumo, familiar), pero en silencio respecto del resto del mundo.
Contundente y tierna, como es ella, nos regala cada dos semanas sus “Escenas de duelo perinatal”.